viernes, 18 de mayo de 2012

Mi Irresistible Earl. Capítulo 12


Mi Irresistible Earl. Capítulo 12


12


Drake había sufrido un atroz dolor de cabeza durante dos días, había ingerido muy poco alimento y apenas había abandonado su cuarto, en el que las cortinas permanecieron echadas para evitar que se filtrase la luz del sol. Al tercer día, después de que hubiera superado lo peor de la jaqueca, se había pasado toda la jornada sentado en una butaca mirando por la ventana, taciturno y nada comunicativo. 
Pese a lo distante que se había mostrado desde su llegada, hasta esos momentos no había guardado silencio absoluto. 
Emily estaba preocupada. 
No estaba dispuesta a perder la esperanza, pero Drake era ahora muy distinto del hombre al que había adorado desde que era niña. Tampoco era un paciente demasiado obediente. Había atendido a animales salvajes con los que resultaba más fácil trabajar que con el conde. 
Lo único que deseaba era cuidarle para que recuperase la salud, tal y como había hecho con algunos zorros heridos, pájaros con el ala rota y un cervatillo bebé al que había rescatado en una ocasión. El mismo cazador que había asesinado a su madre había herido también al cervato. Emily había criado al animalito y lo había puesto en libertad, pero este aún deambulaba por las tierras de West Wood Manor. Todavía acudía a su mano si le ofrecía comida. 
Por desgracia, el único tratamiento que tenía para Drake en esos momentos era un simple tónico para la jaqueca. Deseaba poder hacer mucho más para aliviar su dolor, pero menos era nada. 
Se preguntó cómo se encontraría, la mañana del cuarto día, mientras estaba junto a la mesa de plantación en el pequeño invernadero situado junto al huerto. Durante años había cultivado distintas hierbas necesarias en macetas dentro, de modo que estuvieran listas para su uso en cualquier estación. 
Con su cuchillo cortó algunos fragantes brotes de salvia, ingrediente principal de su reconocido tónico, y los colocó en el cuenco con el romero que había seleccionado previamente. Saboreó los olores de las hierbas frescas mientras proseguía con su tarea, recogiendo a continuación algunas hojas de menta. Luego todos los ingredientes se cocerían juntos. El antiguo tónico herbal campestre tenía un olor delicioso. Y, más importante aún, era efectivo, al menos para los casos normales de migraña. 
Por desgracia, el estado de Drake no tenía nada de normal. 
Mientras Emily agregaba las hojas de menta al cuenco, no pudo evitar preguntarse, y no por primera vez, si su jaqueca no se debería a algo más que a una causa física. 
Ahora que había pasado ya dos semanas en Westwood House, tal vez comenzaba a sentirse lo bastante seguro como para dejar que sus recuerdos perdidos regresaran. Lord Rotherstone había procurado entablar conversación con él para tratar de conseguir que contara si había recuperado o no la memoria. Emily también había intentado llegar hasta él, pero Drake no era un hombre que deseara tal cosa, pues prefería estar solo mientras luchaba contra los demonios que campaban por su cabeza. 
Le partía el corazón verle tan maltrecho, la risa pícara se había esfumado de aquellos chispeantes ojos negros. Ahora tenían una expresión atormentada, y rebosaban temor y una profunda cólera soterrada. No, aquel no era el mismo Drake que ella había conocido. Aunque no pensaba perder la esperanza con él. Al menos estaba vivo. Cualquier cosa era mejor que el tormento de aquellos deprimentes meses en los que había estado desaparecido y había temido que estuviera muerto. 
Ahora que le había recuperado, le sanaría costara lo que costase. Y ya no le importaba que la madre de Drake creyera que ella no era lo bastante buena. Emily sabía muy bien que no podía casarse con él. Pero jamás nadie había sido capaz de impedir que le amase. Mientras le quedara un solo soplo de vida, nadie volvería a hacerle daño. 
Cuando llegó hasta el surco del fondo para cortar un tallo de betónica que añadir a la poción, escuchó un ruido a su espalda y se volvió, encontrándose con que él acababa de entrar en el cobertizo del jardín. 
—¡Drake! Te has levantado. —Cortó la betónica, la puso en el cuenco y dejó el cuchillo, volviéndose hacia él con una deslumbrante sonrisa—. ¿Cómo te sientes? —le saludó mientras se limpiaba las manos en el delantal que llevaba sobre su sencillo vestido de color pardo. 
—Mucho mejor —murmuró, mirándola a los ojos cuando se unió a ella junto a la mesa—. Gracias a ti. 
Ella le tomó las manos y escudriñó su rostro. 
—He estado preocupada. 
—Lo sé —repuso él de manera pausada—. Pero creo que ahora todo va a ir bien. 
—¿De veras? —preguntó con una expresión melancólica en los ojos. 
Drake no dijo nada, pero la atrajo a sus brazos con una sonrisa pensativa en los labios. Emily cerró los ojos, adorándole, mientras saboreaba aquel inesperado abrazo. 
—Hueles a menta y a salvia —murmuró con afecto al tiempo que la estrechaba. Inhaló el perfume de su cabello. 
—Estaba preparando más tónico. 
—Gracias, dulce Emily, por tu preocupación —susurró. 
—No tiene importancia. —Su inesperada muestra de afecto hizo que se sonrojara. 
—Para mí significa más de lo que imaginas. —Posó brevemente los labios sobre el nacimiento de su cabello, y luego dijo—: ¿Sabes que eres lo único bueno y puro que hay en mi vida? 
A Emily se le encogió el corazón, pero su sorprendente confesión la dejó sin palabras. Le devolvió el abrazo al tiempo que la asaltaba un feroz instinto protector hacia él. 
—M-me alegra mucho que te encuentres mejor —balbuceó con timidez. 
Entretanto, a través de la pequeña y sucia ventana que estaba sobre la mesa de trabajo, reparó en el sargento Parker, que se encontraba fuera esperando a Drake, siguiéndole y protegiéndole de forma constante. Lord Rotherstone, que había estado ausente durante la mañana, pues había salido a galopar a lomos de su magnífico purasangre, sofrenó a su montura y saludó al sargento Parker. Se inclinó para palmear al animal en el cuello mientras intercambiaba unas palabras con el otro hombre. 
—Emily, hay algo que quiero decirte —murmuró Drake. 
—Has recuperado la memoria… —comenzó, pero él la hizo callar. 
Drake la asió de los hombros, mirándola a los ojos. 
—Pase lo que pase, mi dulce e inocente Emily, quiero que sepas lo mucho que significas para mí. 
—Oh, Drake. —Tragó saliva con dificultad, con los ojos como platos. ¿Acaso era un sueño? 
—Yo jamás te haría daño. 
—Por supuesto, sé que… 
—Bien. 
—Drake, ¿sucede algo? Te comportas de un modo extraño. ¿Por qué me dices estas cosas…? 
Una vez más, él interrumpió sus palabras… esta vez con un suave beso, para asombrado deleite de Emily. El corazón le dio un vuelco ante la ávida caricia de los sedosos labios de él contra los suyos. 
—Lo siento —susurró Drake un instante después. 
—Estoy bi-bien —le aseguró al tiempo que un intenso sonrojo tiñó su piel. ¡Al fin! Había deseado que él hiciera eso durante años—. N-no me ha molestado. 
—Podría hacerlo —murmuró. 
En un abrir y cerrar de ojos, Drake cogió su cuchillo de trabajo y la hizo darse la vuelta en sus brazos para que su espalda quedara pegada contra su torso. 
Para horror de Emily, él le puso su propio cuchillo contra el cuello. 
—Siento muchísimo esto, Emily. 
Durante medio segundo, la conmoción fue demasiado grande como para poder hablar. Entonces Drake se encaminó hacia la puerta, sujetándola fuertemente contra él. 
—¿Qué estás haciendo? —barbotó ella. 
—Salir de aquí. No te resistas. —La empujó hacia la puerta del cobertizo. 
—¡Drake, por favor! ¡No lo hagas! Te matarán. 
—No puedo quedarme aquí. Si no me marcho ahora, James morirá. 
Fueron vistos en cuanto llegaron a la entrada del cobertizo. 
El patio se convirtió en un auténtico clamor; Parker gritaba, los criados corrían. Emily vio que el rostro de lord Rotherstone perdía el color y enseguida se apeó de un salto de su caballo. 
—¡Suéltala! —bramó, dirigiéndose con paso firme hacia él. 
—¡Si te acercas la rajo! —rugió Drake. 
—¡Drake! —logró decir Emily. Era posible que en aquel momento su corazón se partiera en dos. 
¿Cómo podía hacerle eso a ella? ¿Cómo? 
—Dispárale —ordenó el marqués a Parker. 
El sargento apuntó de inmediato su fusil. Emily gritó al verlo. 
—¡No! 
Drake se detuvo, pero cuando la situación se tornó clara tras el pánico inicial, Emily permitió que él la usara como escudo. 
«No sabe lo que está haciendo.» 
Rotherstone levantó la mano, dándole la señal a Parker de que no abriera fuego. 
—Drake, esto es una locura. Suelta a Emily. Ella siempre ha sido buena contigo. 
—Me trae sin cuidado. No le debo nada a tu gente. ¡Retrocede! Me llevo tu caballo. No intentes detenerme o ella morirá —advirtió, maldiciendo entre dientes mientras arrastraba a la chica hasta el caballo que lord Rotherstone acababa de ejercitar.
—¡Está loco, señor! —gritó Parker. 
Emily dejó escapar un quejido, pero se aferró a la promesa que él le había hecho momentos antes dentro del cobertizo de que jamás le haría daño. 
En esos instantes no estaba segura de ello. Pero estaba furiosa con él por hacerle aquello así como por arriesgarse de ese modo. Rogó por que lord Rotherstone fuera paciente. 
Podía sentir la agitada respiración del musculoso pecho de Drake contra su espalda; trató de protestar cuando él puso el pie en el estribo, pero al saber que le dispararían, dejó que la acomodara delante de él en el caballo, como su rehén. 
Dejó que la utilizara como escudo. 
—Será mejor que dejéis que me marche, a menos que queráis que esta chica muera —les advirtió—. No dudes de mí, Rotherstone. Sabes que ya no tengo nada que perder. 
—Drake, escúchame. —Lord Rotherstone se aproximó con las manos extendidas, como si pudiera obligar físicamente a Drake a serenarse—. Si regresas con los prometeos, la Orden no tendrá más remedio que tratarte como a un enemigo. 
—Me arriesgaré —espetó—. Apártate de mi camino, Max. 
—Drake… 
Jaleó al caballo, espoleándole para que avanzara. El purasangre de largas patas estuvo a punto de aplastar a Max con su súbita marcha. El marqués se apartó de un salto. 
El sargento Parker, por su parte, les gritó que se detuvieran, pero no disparó por temor a darle a la chica. Drake hizo caso omiso y galopó como alma que lleva el diablo hacia los bosques. 
La velocidad del caballo y las lágrimas que se agolpaban en sus ojos cegaron a Emily mientras recorrían el sendero que se internaba en la espesura. Con el brazo de Drake rodeándola con firmeza, respirando con dificultad cuando el purasangre saltó un tronco caído. 
—¿Adónde vamos? —gritó, cuando avanzaron un poco. 
—Tú no vienes. Te quedas aquí. 
—No, llévame contigo. No tengo miedo. 
—Típico de Emily —farfulló sombrío a su oído—. No seas tonta. ¡No eres más que una chica! No puedes tomar parte en lo que he de hacer. —Su silencio al tiempo que proseguían a toda velocidad le dijo que no tenía sentido discutir con él o presionar para conseguir respuestas que él no quería darle. 
Al frente reconoció el límite de la propiedad de los Westwood. Cuando llegaron allí, Drake la bajó de la silla; Emily aterrizó en el suelo con las piernas temblorosas, pero fue hacia él de inmediato, tratando de tomar su mano. 
—Perdona que me lleve tu cuchillo. 
—Drake, te suplico que no te vayas. ¡Necesitas ayuda! ¡No estás bien! ¡Me necesitas! 
—Ya me has ayudado más de lo que imaginas, ángel mío. Por favor, perdóname por lo que he hecho antes. Lamento haberte asustado. Solo estaba fingiendo. Lo sabes, ¿verdad? 
—¡No me dejes!
—He de hacerlo. 
—Por favor, no puedo soportarlo… 
—Suéltame, Emily —le riñó cuando ella se aferró a su mano con un sollozo—. Debes olvidarte de mí. No voy a regresar. Dile a Max que tengo que poner fin a esto. Van a matar a James si yo no estoy allí para protegerle, y él es el único que puede liderar a los demás para que se enfrenten a Malcolm. 
—¿Qué? —preguntó desconcertada a pesar de las lágrimas. 
—Sé que me creen loco, y tal vez lo esté, tal vez —repitió, casi para sí—, pero puedo hacer más desde dentro de lo que ellos podrán conseguir desde fuera. 
—Por favor, Drake, no puedo soportar perderte de nuevo. 
—No tienes elección. Tampoco yo. 
—Podría ir contigo. 
Él rió amargamente. 
—¿Qué, meterte en la boca del lobo? No lo creo. Eres una inocente, y debes seguir siéndolo. Mírame, Em. Ahora solo podría mancillarte. Solo quiero que sepas que es por ti y por todo lo que significas para mí por lo que he de poner fin a esto. Tú eres lo único que me queda por lo que merece la pena luchar. 
—¡Pues quédate conmigo! ¡No te vayas! 
—¡No imaginas lo que han planeado! —bramó, y luego se dispuso a espolear al caballo—. Adiós, Emily mía. 
La mano de Drake se le escapó con un desconsolado sollozo cuando hizo dar media vuelta al caballo y se alejó a galope por el camino.


Aquella noche, antes de que las noticias sobre la fuga de Drake hubieran llegado a Londres, Jordan estaba en medio de una partida de cartas con el grupo del regente y colocando con sumo cuidado una trampa para Albert. 
Cuanto más estrecha se volvía su relación con Mara, mayor era su deseo de concluir la misión para poder concentrarse en ella. 
Se había complacido recurriendo a una de sus herramientas de espía preferidas: la mentira capciosa. El rumor que había divulgado se había abierto paso entre susurros por toda la estancia. Ni siquiera era necesario que hablara con Albert de forma directa. Comentó en voz baja su pequeña invención al coronel Hanger, quien se lo contó a Barrymore y este, a su vez, a Norfolk, que se lo dijo al señor Byng y a su galardonado caniche, y así sucesivamente hasta que llegó a oídos de Albert; y para entonces ya nadie recordaba de dónde había partido aquella información. 
De ser ciertas, eran noticias importantes. Lo bastante como para que Albert se las comunicara al prometeo que lo tenía bajo su control. 
«¿Te has enterado? Los médicos de la corte están a punto de informar de que el rey Jorge se está curando. La locura del rey está remitiendo de nuevo, igual que hizo hace unos años. Si Su Majestad continúa mejorando, podría estar listo para regresar al trono. Entonces el regente tendrá que renunciar.» 
El único sentado a la mesa que no se había enterado de aquella sorprendente aunque creíble historia era el propio regente. En aquellos instantes estaba en la gloria degustando una tarta de queso y almendras. Y ninguno de los presentes deseaba darle a Prinny la noticia de que pronto podría ser relegado de sus funciones. 
Estaba por ver lo que Albert iba a hacer con aquella información, pero Jordan tenía toda la intención de averiguarlo. 
En cuanto al comportamiento del duque aquella noche, Albert parecía haber decidido que Mara debía de haberse equivocado cuando fue a buscarle a la biblioteca; su actitud hacia Jordan era tan solo un poco más cautelosa. Tal vez su arrogancia le había convencido de que los había superado en inteligencia a todos. 
Sea como fuere, cuando la partida de whist tocó a su fin, Jordan había perdido y vuelto a recuperar quinientas libras. 
Los excéntricos que componían la pandilla del regente se despidieron unos de otros, cansados, cuando abandonaron Watier’s. Estacionados a lo largo de Piccadilly, una hilera de costosos carruajes urbanos, cuyas portezuelas estaban engalanadas con sus aristocráticos escudos de armas, los aguardaba. 
Los mozos y criados de los jugadores llegaron para recoger a sus ebrios amos, tanto a los desanimados perdedores, que se encontraban alicaídos, como a los exultantes vencedores, excitados con sus ganancias. 
Jordan mantuvo la atención centrada en Albert cuando salió a la húmeda y oscura noche. 
—Debe de haber llovido —comentó el duque, poniéndose los guantes. 
Jordan asintió de manera paciente. 
—O eso o hemos tenido niebla. 
Una densa escarcha cubría las paredes de ladrillo del edificio, los letreros de las tiendas y las calles adoquinadas, haciéndolos resplandecer a la luz de las farolas de hierro forjado. 
Cuando el carruaje de Albert se aproximó a la entrada del club, el duque entregó de forma discreta un pequeño trozo de papel a su criado. Después de darle instrucciones al oído, se subió a su vehículo. Enseguida se puso en marcha. 
El corazón de Jordan se aceleró mientras consideraba sus dos opciones. El criado tomó una dirección y el duque otra. 
Transcurridos unos segundos, su carruaje llegó para recogerle, el único que no lucía blasón. Aquella noche había elegido un sencillo vehículo negro por motivos obvios y había llevado consigo a dos de los leales soldados rasos de la Orden, Findlay y Mercer, para que hicieran las veces de cochero y mozo. Formaban parte del contingente del sargento Parker. 
Cuando Findlay detuvo los caballos ante las puertas de Watier’s, Mercer saltó de la parte trasera y se dispuso a abrir la portezuela a Jordan como haría un auténtico mozo. Los dos hombres se habían vestido con la librea de los Falconridge a fin de representar mejor sus papeles. 
—Su carruaje, milord. —Mercer abrió la puerta—. Hay noticias, señor —agregó en voz baja cuando Jordan pasó por su lado para subirse al carruaje—. El maestro Virgil ha enviado un mensaje mientras usted estaba dentro. 
Jordan se detuvo. 
—¿De qué se trata? 
—Lord Westwood ha escapado. Ha eludido a lord Rotherstone esta mañana tomando a la criada como rehén. 
Jordan estaba sorprendido. 
—¿A Emily? 
—No sabría decirle, señor. Creen que se dirige de nuevo a la ciudad para volver con los prometeos. Todos nuestros hombres lo están buscando. Han dado orden de que se le dispare en caso de que no se rinda. 
¿Disparar a Drake? Asimiló aquello con sorpresa y luego meneó la cabeza. «No puedo pensar en eso ahora mismo. Los demás tendrán que encargarse de ese pobre lunático.» 
Lo que en esos momentos le preocupaba era seguir al criado de Albert. 
—Dile a Findlay que siga a ese criado —ordenó, señalando la figura vestida de librea que bajaba apresuradamente por Piccadilly hacia el cruce con St. James—. Pero que no se acerque demasiado. No quiero que nos vea. 
—Sí, señor. 
Mercer asintió, cerró la portezuela del carruaje después de que Jordan se hubiera montado y fue a comunicarle a Findlay lo que tenía que hacer. Luego ocupó de nuevo su puesto en la parte posterior del carruaje. 
Cuando salieron de la esquina de Bolton Street, Findlay hizo que los caballos giraran a la izquierda por Piccadilly para luego dirigirse directamente a St. James. Dentro del carruaje, Jordan se cambió aprisa la chaqueta, despojándose de la de lana merina de corte impecable que le señalaría en el acto como caballero de fortuna. La sustituyó por una sencilla chaqueta de color apagado, y luego se colocó las armas, abrochándose un cinturón que contaba con una funda para un cuchillo grande a un lado de la cadera y una pistolera al otro. Se guardó otra pistola extra en la cinturilla de los pantalones. 
Por la ventanilla vio el club de caballeros principal de St. James al pasar, luego torcieron a la izquierda hacia Pall Mall. Delante de ellos, el criado de Albert continuaba por el pavimento a paso ligero, dejando atrás las innumerables hileras de tiendas, ajeno al carruaje que lo seguía. 
Finalmente entró en el vestíbulo abierto de una posada no lejos de Charing Cross. Findlay detuvo el vehículo y Jordan se apeó, encaminándose hacia la entrada tras dar a los hombres la orden de que le esperaran. 
Debido a que la posada ofrecía servicio toda la noche, los cansados viajeros que esperaban su diligencia dormitaban en bancos por todo el mal iluminado vestíbulo. Jordan entró con aire furtivo y tomó asiento en el rincón sin llamar la atención. Desde allí observó al criado de Albert entregar el mensaje del duque a un viejo y ajado empleado que se encontraba tras el mostrador de venta de billetes. A continuación se marchó, cumplida su misión, pero el mensaje pasó por varias manos antes de llegar a su destino. 
Jordan siguió a un mensajero tras otro hasta que al fin le condujeron hasta la parte más sórdida de Londres: Seven Dials, la guarida londinense de las bandas criminales más peligrosas de la ciudad. Aquí y allá se veían símbolos escritos con tiza blanca en las mugrientas paredes de ladrillo de edificios situados en las esquinas que proclamaban su territorio y advertían a los intrusos que se mantuvieran alejados. 
Cuando el oscuro y sucio laberinto de sinuosos callejones y serpenteantes calles se hizo demasiado angosto para el paso de un carruaje, Jordan se apeó de nuevo, dejando a Findlay en el vehículo, e hizo señas a Mercer para que le acompañara a pie. El sensato soldado se despojó de la librea de los Falconridge, que habría servido para que cualquier prometeo identificase a Jordan si los veía. 
Jordan desenfundó su cuchillo y tras hacer un gesto significativo a Mercer, este sacó también su pistola. Siguieron al último de los correos manteniéndose al amparo de las sombras. 
Lo más probable era que el hombre de la capa que iba delante de ellos hubiera nacido en Seven Dials, pues se adentró en el barrio más peligroso de Londres sin vacilar. 
Cuando entró de forma súbita en uno de los lúgubres almacenes que abarrotaban la calle, Jordan detuvo a Mercer en la esquina, varios metros por detrás de su objetivo. 
—¿Qué hacemos ahora, señor? —murmuró el ayudante. 
Jordan escudriñó el lugar. 
—Intentemos conseguir una mejor vista. —Señaló hacia las sombrías tiendas y otros turbios establecimientos, todos apiñados y cerrados durante la noche—. Yo iré por el otro lado. Si te cruzas con algún lugareño —agregó con sarcasmo—, evítalo. No necesitamos tener problemas esta noche con una de estas infames bandas. 
—Sí, señor. 
Mercer asintió y entonces Jordan se marchó a explorar los demás lados de la destartalada casa de inquilinos. 
Habida cuenta de la hora que era, solo había luz en algunas ventanas. Escaló un muro de ladrillo de un metro ochenta de alto que rodeaba la propiedad para echar un vistazo en la primera, tras la que una lenta y exhausta costurera estaba remendando una pila de camisas. 
Jordan siguió delante de manera sigilosa por la parte superior del muro de ladrillo hasta que llegó a un punto donde era posible saltar al bajo extremo inclinado de un tejado sobre una tienda de ropa usada. Saltó sobre él, silencioso como un gato, y comenzó a subir por la empinada pendiente. Cuando se acercaba a la cima del viejo tejado quejumbroso escuchó el llanto de un niño; una débil luz parpadeaba en la ventana de abajo, donde divisó a una pobre mujer despierta en plena noche atendiendo a su llorón bebé. 
Pero estaba en racha, pues el ruido molestó al vecino de arriba. En ese instante, el mismísimo Dresden Bloodwell se asomó de repente a la ventana del tercer piso. Jordan se quedó petrificado cuando el asesino prometeo cerró la ventana de golpe con expresión irritada, para amortiguar el ruido. No cabía duda de que Jordan sería un blanco fácil, desprotegido como estaba sobre el tejado. 
Sin un segundo que perder, subió hasta el caballete del tejado, pero seguía sin poder ver por la ventana de Bloodwell. Tenía que subir más… y rápido. 
Guardando el equilibrio en lo alto del caballete, caminó hasta el extremo para a continuación coger unos pasos de carrerilla y saltar hasta una escalera de incendios fijada a la pared de ladrillo del edificio de al lado. 
Hizo una mueca al escuchar el sordo golpe metálico, pero Bloodwell no se asomó a la ventana. Una vez en la herrumbrosa escalera, subió de forma veloz y sigilosa hasta que llegó al tejado plano de la casa de inquilinos y lo cruzó de inmediato, trepando al extremo posterior del edificio. 
Cuando miró con los ojos entornados hacia un lado, tuvo una vista directa del desastrado apartamento del Dresden Bloodwell, y lo que vio confirmó sin ningún género de dudas que Albert estaba trabajando con los prometeos. 
Pudo ver al correo de la capa en la habitación entregándole a Bloodwell la nota que había escrito Albert, informando al destinatario de la mentira que había inventado acerca de que el rey había recuperado la cordura. El mensajero salió inmediatamente después de aceptar unas monedas de Bloodwell y este cerró la puerta. Luego se dio la vuelta y abrió la carta. 
Jordan le vio levantar la vista de la nota y hablar con alguien que se encontraba en la habitación. Eso le sorprendió. ¿Tenía Bloodwell una visita? 
Decidido a averiguar quién más había allí, se desplazó un poco hacia la izquierda sobre el extremo del tejado, cambiando el ángulo para poder ver el otro lado de la habitación. Fue entonces cuando hizo un descubrimiento del todo asombroso. Había un hombre joven, alto y musculoso de cabello rojo fuego reclinado en una postura perezosa en el sofá. 
Dios santo. Niall Banks… ¡el supuesto heredero prometeo! El hijo de Malcolm Banks, el segundo más poderoso en la jerarquía enemiga, solo superado por su padre. El sobrino de Virgil. 
«¿Qué demonio está haciendo él en Londres?» 
Malcolm y su hijo habían establecido su base de operaciones en Francia hacía mucho tiempo. Jordan tenía que enterarse de qué estaba pasando. Sin duda la presencia de Niall en Londres era un hallazgo aún mayor que la actual localización del cuartel general de Dresden Bloodwell. 
«Maldición», reflexionó mientras miraba al futuro líder de los prometeos. James Falkirk tenía razón. «El parecido familiar es increíble.» Virgil y su pelirrojo sobrino eran idénticos, pero con treinta años de diferencia. Los retratos que Jordan había visto de Malcolm, por el contrario, describían a un hombre más bajo, de erizado cabello rubio platino. 
Desde el tejado Jordan hizo señas con impaciencia a Mercer. Tan pronto como llamó la atención del guardia de la Orden, Mercer se reunió con él arriba. Le informó de la identidad del pelirrojo y Mercer quedó debidamente impresionado, pero era absolutamente necesario emprender acciones inmediatas. 
Niall se levantó del sofá y se encaminó sin prisa hacia la puerta. Bloodwell se dispuso a acompañarle a la salida. 
—Se marcha. —Jordan no les quitó la vista de encima—. Tengo que seguirle. Tendremos que separarnos. Tú quédate aquí y no le quites los ojos de encima a Bloodwell. No podemos permitirnos perderle la pista otra vez. Yo voy a seguir a Niall y a intentar averiguar qué hace en Londres. No te dejes ver y no intentes hacerte el héroe —le advirtió—. Bloodwell es demasiado peligroso para que te ocupes de él tú solo. Regresaré con Beauchamp o con quien pueda encontrar en cuanto me sea posible. Nosotros nos encargaremos de esa escoria. 
—Sí, señor. 
—Bien, Mercer, dada la hora que es no creo que Bloodwell vaya a ninguna parte, pero si lo hace tendrás que seguirle. Envía un mensaje a Dante House con tu ubicación cuando puedas y acudiremos. ¿Puedes hacerlo? 
El guardia asintió con inquietud. 
—Eres un buen hombre. 
Jordan le palmeó la espalda en silencio al tiempo que se disponía a deslizarse hasta el otro lado del tejado. Llegó a la escalera anti-incendios en un santiamén y la bajó con tanta celeridad y sigilo como le fue posible. Después de dejarse caer al suelo, volvió a saltar el muro de ladrillo de abajo y atravesó corriendo la oscuridad hacia la parte principal de la casa de inquilinos. 
Jordan divisó al fornido pelirrojo justo cuando este abandonaba la entrada principal. Niall escondía su característico pelo rojo bajo un sombrero negro, que se caló bien para ocultar su rostro. Con las manos en los bolsillos del abrigo, se alejó de Seven Dials rumbo al sur. Jordan le siguió a una distancia prudencial. Cuando el individuo llegó al cruce de Long Acre, se aproximó a la parada de carruajes de alquiler de la esquina y contrató al único cochero que había por allí. Nada más cerrarse la portezuela del carruaje, el vehículo emprendió la marcha por St. Martin’s Lane. 
Jordan se volvió profiriendo una maldición tratando de encontrar cualquier tipo de transporte, pero justo en ese momento Findlay llegó con su carruaje. 
—¡Señor! 
«Debía de estar pendiente de mí», pensó Jordan, agradecido. 
—¡Sigue a ese carruaje de alquiler! 
—¡Sí, señor! ¿He de esperar a Mercer? 
—¡No, en marcha! Él está montando guardia. 
Jordan cerró la portezuela y Findlay azuzó a los caballos con el látigo. No tardaron en divisar de nuevo el solitario vehículo alquilado de Niall, que mantuvo rumbo al sur hacia el Strand, girando hacia el oeste a continuación, de regreso a la parte rica de la ciudad. 
Para diversión de Jordan, acabó la noche prácticamente en el mismo punto en que había comenzado: en Piccadilly, con Watier’s a la vista, de hecho. Pero Niall no tenía el infame club de juego en su mira, se percató Jordan cuando el futuro líder de los prometeos se bajó del vehículo y arrojó una moneda al cochero de manera despreocupada. 
Jordan permaneció escondido en su carruaje observando los movimientos de Niall cuando se detuvo en Piccadilly, con las manos aún en los bolsillos… como si ocultara un arma. 
Entonces comenzó a caminar de forma pausada hacia la entrada del opulento hotel Pulteney. 
Jordan entrecerró los ojos. «¿Por qué se dirige allí?» 

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