sábado, 31 de marzo de 2012

La Redencion Y La Muerte

La Redencion Y La Muerte


Greta Lindberg regresa a Mora, su ciudad natal, en la región central de Suecia, para hacerse cargo de una librería. Decide llamarla Némesis y dedicarla, exclusivamente, a los libros de misterio que la apasionan. Establece un club de lectura en el que se inscriben varias mujeres de la ciudad. Pronto, una de ellas muere inesperadamente. Donde la policía –incluido el padre de Greta, el inspector Karl Lindberg– ve una muerte natural, ella supone un asesinato: la letra se ha hecho carne, la tinta sangre, ha brotado de los libros que leen en el club y se ha instalado entre ellas-




viernes, 30 de marzo de 2012

Portada de Fever World: Iced

Fever World 
1. Iced


 A la venta el 30 de octubre de 1012 en E.E.U.U.

Felicidades Ki Kwang

Felicidades Ki Kwang!!


Hoy 30 de Marzo es el cumpleaños de uno de los oppas de Beast/B2st.
Ki Kwang felicidades por tus 22 años!!
^^

En Madrid ^^





Primer Teaser Del Book Trailer De Rapture (Oscuros)

Primer Teaser Del Book Trailer De Rapture (Oscuros)

He aquí el book trailer del cuarto y último libro de la saga Oscuros de Lauren Kate.
¿Con quien estará Luce?
Esta claro, aunque también me lo confirmo la autora durante el chato online del año pasado.





Mi Irresistible Earl. Capítulo 2


Mi Irresistible Earl. Capítulo 2



2

A veces las cosas no salían como uno las planeaba. Las misiones se alargaban y en ocasiones la gente con la que uno contaba perdía la fe, dejaba de confiar en ti y seguía adelante con su vida. Cuando eso sucedía, lo más correcto, lo más honrado era no armar un escándalo, sino tomarlo con resignación por mucho que doliera… dejarlos ir deseándoles una última vez que lograran hallar un modo de ser felices.
¿Cuántas cartas de amor había arrugado y arrojado al fuego en lugar de enviarlas sabiendo que el enemigo podría seguir sus comunicaciones directamente hasta ella? Por nada del mundo la habría puesto en peligro. Aun cuando eso significara perderla por otro hombre.
Bueno, eso ya no importaba. Jordan regresó a la sala de subastas rehuyendo el dolor con la sardónica ira que se había convertido en parte de sus defensas igual que su rifle de cañón recortado favorito.
Pero una fría sonrisa curvó una comisura de sus labios, pues aún se sentía complacido con la expresión horrorizada de Mara cuando había aceptado la invitación de su amiga. ¿Cómo podía rechazar una oportunidad tan buena de hacer que la dama se estremeciera de vergüenza? Bien podía disfrutar de su incomodidad, divertirse, pues era probable que aquella fuera la única satisfacción que jamás obtendría de Mara Bryce.
Ah, pero claro, ella ya no era la señorita Bryce, pensó agriamente. No se había dirigido a ella por ese nombre desde hacía años.
Ahora era lady Pierson, una vizcondesa viuda y acaudalada, que acababa de dejar atrás el período de luto.
Sí, desde luego que lo sabía. Sabía más acerca de ella de lo que había dado a entender. Mucho más, en realidad, de lo que le gustaba reconocer ante sí mismo.
Había divisado a su antiguo amor entre la multitud mucho antes de que ella se hubiera percatado de su presencia… ese día, nada menos.
Por supuesto. Tenía que ser precisamente ese día… justo cuando estaba inmerso en una misión para la Orden. El día de la operación estaba planeado con semanas de antelación, pero eso era Mara para él. Siempre había sido la mujer más inoportuna sobre la faz de la tierra. Al menos al haberla visto primero había tenido tiempo de asimilar el impacto de su inesperado encuentro. Aunque había fingido indiferencia, lo cierto era que al verla se había sentido inundado o un torbellino de emociones; lo cual era una sorpresa de por sí, considerando que hacía tanto tiempo que no sentía nada que estaba empezando a asustarse de verdad.
Ahora la vorágine de sentimientos que por su causa se arremolinaban en su pecho imponía un momento de absoluta honestidad. Durante doce años había estado fingiendo que le importaba un comino lo que aquella mujer hiciera con su vida. Pero si eso fuera cierto, su meticuloso cerebro no habría almacenado tantísimos detalles sobre su existencia. Como la fecha en la que había contraído matrimonio. La fecha de la muerte del imbécil de su esposo, el lugar donde se encontraba su casa de campo en Hampshire y donde vivía en Londres: en el 37 de Great Cumbberland Street, para ser preciso.
No sabría que tenía un hijo pequeño llamado Thomas, como el petimetre, vano y fanfarrón de su padre. Y tampoco habría sentido náuseas solo de pensar en que ella llevara en su vientre al hijo de otro hombre.
A Jordan le habría gustado afirmar que su conocimiento de todos aquellos detalles de la vida de Mara no era más que gajes del oficio; al fin y al cabo esa era la especialidad de un agente. Pero estaba claro que aún albergaba una morbosa fascinación por aquella mujer.
De acuerdo, reconoció mientras se abría paso por el abarrotado pasillo hacia el fondo de la estancia. Mara Pierce no le era indiferente. Pero lo que sentía por ella no podía calificarse como afecto. Muy al contrario. Las despreciaba.
De ese modo la perdida de todo lo que podría haber sido resultado soportable. Ojala ella hubiera sido lo bastante fuerte como para esperar un poco más. Ojala él no hubiera sido tan prudente, tan cauteloso… tan él mismo.
Se deshizo del recuerdo del desconcierto que le había provocado su sorprendente propuesta de matrimonio aquella noche en el jardín. ¡a él! ¡Al audaz y joven agente, que no le temía a nada! Una hermosa muchacha de diecisiete años, con el corazón expuesto en sus grandes ojos oscuros, le había puesto nervioso con un solo beso. En efecto, le había asustado como mil demonios.
Bueno, Virgil no les había adiestrado para enfrentarse a ese sastre en particular: ¡enamorarse!
Todo aquello le había pillado tan desprevenido, se había sentido tan fuera de su elemento que lo único que había podido hacer era no salir corriendo de allí como si el mismísimo diablo le pisara los talones.
Como mínimo, no pensó en confiar en que su descabellada atracción hacia Mara fuera real hasta que una prudente ausencia lo demostrara. Por mucho que ella le tentara, no había estado dispuesto a dejar a un lado el deber de su familia de servir a la Orden, como todos los anteriores condes de Falconridge habían hecho antes que él.
Por encima de todo se había negado a fallarle a sus amigos; no iba a revelarle a Mara sus secretos cuando ella, con total inocencia, podría contar algo sin querer a alguien que no debía y que a consecuencia de ello algunas personas fueran asesinadas: sus hermanos guerreros, su instructor y él mismo.
A pesar de lo difícil que había sido -e incluso sabiendo lo que ahora sabía, que el deber conspiraría para mantenerles separados hasta que ella se decidió por Pierson-, Jordan se mantuvo fiel a su convicción de que había hecho lo correcto. Y para alguien como él, se dijo, eso era suficiente.
Al cuerno con la felicidad. Al cabo del día era el honor lo que realmente importaba.
En cuanto al presente, simplemente daba gracias porque Mara y su inmoral amiga de la aristocracia se hubieran marchado de Christie’s. No necesitaba sumar la molestia de tener que proteger a dos bobas damas a su de por sí larga lista de deberes y pormenores para aquella misión. En aquella estancia se escondía un peligro invisible que un observador casual jamás habría sospechado, pero la trampa de ese día pronto haría salir a sus enemigos ocultos que acechaban entre ellos.
La operación comenzaría en breve.
Jordan se dirigió hacia un punto próximo al fondo de la sala de subastas, desde el que podría ver a todos los que pujaran por los pergaminos del Alquimista.
Se apoyó contra la pared adoptando una actitud despreocupada, con los brazos cruzados a la altura del pecho, e intercambió algunas miradas tensas y cómplices con sus hombres, que estaban apostados en diversos puntos por toda la estancia. Los había dispersado para que vigilasen las salidas y no le quitasen el ojo de encima a ciertas personas de interés.
Cada hombre respondió haciendo una señal casi imperceptible con la cabeza, transmitiéndole el mensaje  << todo despejado >>. Las cosas iban sobre ruedas hasta el momento. No tendrían que esperar demasiado.
En esos instantes el subastador apremiaba con tacto a ambos bandos de una gran batalla en la que rivalizaban por un par de vasijas de la antigua Roma. Pero, de acuerdo con el catálogo, a continuación le tocaba el turno al artículo en torno al cual giraba la operación de ese día.
Entretanto, uno de los miembros del personal de Christe’s llevaba la antigua caja de madera que contenía los rollos hasta la mesa de exposición próxima a la tarima.
Mientras escudriñaba las abarrotadas hileras de sillas, Jordan observaba las paletas numeradas que se alzaban. Los compradores de la aristocracia se inclinaban para escuchar a sus locuaces marchantes de arte, que en susurros les aconsejaban al oído cuándo dejar la puja y cuándo insistir para atrapar un premio valioso. Su escrutinio continuó sin cesar, evaluando a la clientela. Dandis de cabello engominado, esposas mimadas de hombres acaudalados, ataviadas con elaborados sombreros. Algunos eruditos: archivistas de Museo Británico así como de la Biblioteca Bodleiana.
Su mirada planeó sobre todos ellos. << ¿Dónde estáis? Mostraos, malditos bastardos retorcidos…>>
Podía sentí la presencia del enemigo entre el gentío… pero ¿Quiénes eran exactamente? ¿Quiénes entre los ricos y poderosos de Londres se habían convertido en adeptos del oscuro cultos de los prometeos?
<< Paciencia. >> La puja por los pergaminos del Alquimista pronto los haría salir a la luz. En realidad, no debería ser demasiado difícil distinguirlos. Según su experiencia, los prometeos tenían una expresión característica, al go que resultaba anormal, algo carente en sus ojos: un retazo de alma, tal vez, que había sido devorada por toda la maldad con la que jugaban.
A la espera del momento indicado, la mirada vigilante de Jordan regresó de nuevo hasta la fila donde se había sentado Mara. El asiento que había ocupado continuaba vacio, igual que el lugar en su vida que ella podría haber ocupado si hubiese sido alguien a quien él hubiera podido confiarle la verdad.
Pero no se había atrevido a hacerlo. A pesar de lo mucho que la había deseado, ella era demasiado impulsiva, demasiado imprudente, frágil e inmadura. No había forma de que pudiera haber depositado la vida de sus hermanos guerreros en manos de una cría de diecisiete años a la que aún le quedaba mucho que aprender.
Al mirar la silla vacía, aún podía verla mentalmente después de haberla observado allí sentada durante un cuarto de hora sumido en una vorágine de lujuria y desprecio.
La mujer a la que casi había convertido en su esposa había ido ataviada aquella tarde de finales del invierno con un bonito conjunto marrón chocolate, un tono que sin duda favorecía sus célebres y centelleantes ojos oscuros. Se había recogido su brillante cabello castaño en un flojo moño bajo, que contrastaba de un modo intenso con la sedosa luminosidad de su exquisita y pálida piel.
Debía reconocer que los años la habían tratado bien. Si acaso, el paso del teimpo tan solo había conseguido que resultase más interesante para sus gustos mundanos.
Pero había sentido una punzada de dolor mientras la contemplaba. Bien sabía Dios que Mara le había fallado.
A menudo se preguntaba lo distinta que podría ser hoy su vida si hubiera tenido un hogar y una familia, un resquicio de normalidad al que regresar después de las sangrientas y brutales misiones que llevaba a cabo. Una buena esposa a la que abrazar y algunos hijos que justificaran el futuro, que le proporcionaran una razón tangible para pasar por todo aquello.
Eso era lo único que siempre había deseado de la vida, pero su sueño había perdido su encanto tras la deserción de Mara.
Desterró con una sonrisita cualquier resquicio de autocompasión pero, al mismo tiempo, no pudo evitar preguntarse si la encantadora coqueta de ojos castaños se había tomado la molestia de madurar. Quizá utilizaba simplemente su viudedad para continuar coleccionando hombres. Eso era lo que hacían todas esas elegantes e independientes viudas, pensó con cinismo. Sus hermanos guerreros se las pasaban de unos a otros.
Claro que, si eso era lo que Mara pretendía hacer con su nueva libertad, al día siguiente por la noche tendría una interesante oportunidad para satisfacer su antigua curiosidad sobre cómo sería hacerle el amor a la única mujer que le había perseguido hasta los confines de la tierra…
-¡Vendido!
El golpe del mallete le sacó de su distracción.
Las vasijas romanas fueron a parar a un individuo corpulento que estaba recibiendo las felicitaciones de su marchante de arte. Entonces Jordan pudo sentir el aumento de la tensión, una especie de descarga eléctrica que flotaba sobre la multitud. Su actitud no cambió en ningún momento, pero se puso en alerta.
-Damas y caballeros -se dirigió el subastador a la opulenta multitud-. A continuación les ofreceremos un conjunto extremadamente raro de documentos medievales de un vendedor anónimo. De reciente descubrimiento, jamás han estado a disposición del público en sus más de quinientos años de existencia.
El único sonido en el gran salón fue el de la lluvia que, empujada por el viento de marzo, acotaba los cristales de las altas ventanas.
-Les mostramos seis pergaminos que datan del año 1350, en excelente condición, atribuidos al pintoresco astrólogo de la corte conocido como Valerio el Alquimista. Los entusiastas del Medievo recordarán que, según reza la leyenda, Valerio estuvo detrás del complot para asesinar a Eduardo, el Príncipe Negro… por lo cual fue perseguido y debidamente castigado por un grupo de leales caballeros enviados por el soberano. Eso es lo que dice la historia.
La multitud rió por lo bajo ante el tono socarrón del subastador.
-Por esto, encontró un final sumamente desagradable.
Jamás enfades a un Warrington, se dijo Jordan con ironía, pensando en Rohan, su hermano agente. Durante generaciones, los duques de Warrington habían engendrado a los sicarios más feroces de la Orden.
Los condes de Falconridge, por el contrario, habían sido los pensadores del grupo, estrategas consumados, descifradores de códigos y lingüistas, pero tan buenos quereros como los demás.
-En sepia y granate sobre pergamino, los rollos están escritos en latín y griego, con numerosas y extrañas rimas, símbolos alquímicos y otras anotaciones de naturaleza desconocida en sus márgenes. Se presentan en lo que se cree que es la caja de madera noble original: roble con enchapado en palisandro e incrustaciones de madreperla. La caja, todavía en buenas condiciones, está forrada de terciopelo, con pasadores en plata de ley.
Hileras de elegantes clientes estiraron el cuello para tratar de ver mejor el hallazgo.
En definitiva, creemos que los rollos del Alquimista representan una oportunidad verdaderamente única de poseer una parte de la historia de Inglaterra. Este tesoro será una excelente incorporación a la biblioteca de cualquier erudito que se precie, de coleccionistas y anticuarios particulares que sientan interés por el folclore de lo oculto o de cualquier otro aficionado a la actual fiebre gótica. La puja se inicia en tres mil libras.
La concurrencia se quedó boquiabierta ante la mareante suma, pero Jordan sabía que para los prometeos eso sería una miseria por semejante adquisición, sobre todo si los miembros del culto secreto creían que los estrambóticos hechizos y oscuros rituales de Valerio eran en verdad efectivos.
Entonces comenzó la puja de un modo frenético y vertiginoso.
Jordan escudriñó la multitud de manera sistemática con su perspicaz concentración, revisándolo todo mentalmente, memorizando los números de las paletas de todos aquellos que pujaba, almacenando largas hileras de cifras en su cabeza.
Comprobaría los nombres más tarde en el libro de registro y a partir de ahí determinaría si era necesario realizar más pesquisas sobre ellos. Como era natural, al señor Christie no le agradaría tal invasión a la privacidad de sus clientes, pero no tenía otra opción. Tal era la influencia y el poder de la organización secreta a la que servía Jordan. La Orden del Arcángel San Miguel respondía directamente ante la Corona y no aceptaba un no por respuesta de nadie más, al menos no cuando el asunto afectaba a la protección del reino.
Mientras continuaba observándolo todo con feroz intensidad, descartó a algunos de los postores desde un principio. No todas las partes interesadas eran villanos por fuerza.
El representante del Museo Británico, de reciente creación. Un par de archivistas de la Biblioteca Bodleiana de Oxford. Algunos extranjeros excéntricos que actuaban en nombre de sus príncipes y un pálido autor de sangrientas novelas góticas de quien la Orden, Drake Parry, conde de Westwood. Carecía de importancia. Las noticias no tardarían en llegarle a Falkirk, lo cual era el motivo de todo aquel montaje.
En breve, la puja por los rollos había alcanzado la desorbitante suma de siete mil libras, para asombro de todos. Jordan dudaba que las pujas subieran mucho más.
Había llegado el momento de poner fin a aquella argucia. En el acto. Buscó la mirada del sargento Parker al otro extremo de la sal y se rascó una ceja como si tal cosa. No volvió a dirigir la vista hacia él, pero por el rabillo del ojo vio que Parker se había percatado de la señal; el sargento se volvió y se aproximó de inmediato a uno de los empleados de Christie’s próximo a la entrada de la sala. Parker le entregó de manera discreta al hombre una nota que Jordan había preparado con antelación; el empleado la leyó y levantó la vista, pálido.
El sargento retrocedió, abandonando el lugar, tal como se le había ordenado que hiciera, para impedir que en un futuro fuera identificado. Por su parte, el empleado de la casa de subastas se encaminó apresuradamente por el pasillo hacia el fondo de la sala, bastante nervioso por aquel giro imprevisto de los acontecimientos.
Entretanto, los supuestos prometeos estaban tan absortos tratando de echarle el guante a los rolos del Alquimista que ninguno de ellos reparó en el individuo con cara de preocupación que se acercaba al estrado.
El empleado se dirigió hacia el asistente principal del subastador, apostado junto a la mesa de exhibición, donde se encontraban los pergaminos. Este miró al empleado de forma inquisitiva, tomó la nota y la leyó; Jordan vio que su rostro se tronaba ceniciento. Aquel hombre tenía la ineludible tarea de pasarle al nota al subastador, que se afanaba en subir al puja a la impactante suma de ocho mil libras.
-¡Oh… oh, Dios mío!- barbotó el subastador una vez que tuvo la nota en su mano. Le susurro una pregunta a su sirviente, que asintió en respuesta-. Esto es… realmente inaudito.
Ambos miraron de nuevo la nota, y luego el subastador se volvió impotente hacia la multitud.
-Damas y caballeros, la-lamento anunciar que este artículo acaba de ser retirado inesperadamente de la subasta.
Un repentino alboroto surgió en varios puntos de la estancia.
-¡El propietario ha cambiado de parecer y ya no desea vender!- exclamó.
-¿Qué significa esto?- gritó alguien.
-Damas y caballeros, es algo del todo inesperado. Tengan la bondad de aceptar nuestras más sinceras disculpas por las molestias. Les rogamos  que nos disculpen, pero ¡me temo que la situación escapa a nuestro control! Yo… esto… me han dicho que cualquiera que desee interesarse por los rollos del Alquimista puede ponerse en contacto con el comprador a través de las oficinas de Christie’s. Es posible que organice una venta privada.
-¡Eso es inadmisible!- bramó uno de los archivistas de la Bibliteca Bodleiana.
-¡Vaya! ¡Esto es un ultraje!
Jordan observó la multitud de manera sagaz, tomando nota de cada rostro furibundo de al estancia. Sus hombres también observaron las reacciones de los clientes y siguieron a aquellos pocos que abandonaron el lugar hechos una furia.
También él ansiaba seguirlos, localizar y descubrir a todos y cada uno de esos malvados bastardos. Pero habida cuenta de su prominencia como miembro de la aristocracia, Jordan tenía que ser precavido y preservar su tapadera.
Dejó que sus hombres siguieran a las personas que estaban escabullándose con celeridad. Los muchachos vigilarían adónde iban y que hacían de ahí en adelante, informándole a él más tarde de cualquier incidencia. Luego todos aquellos individuos serían investigados más a fondo.
Entretanto, el pobre subastador estaba solo.
-Una vez más, queridas damas y caballeros, lo lamento enormemente. Quizá otro de los raros manuscritos antiguos que ofertamos hoy pueda despertar su interés. El próximo lote es también un artículo medieval… esto… un libro de horas ricamente ilustrado, de mediados del siglo XII, de un monasterio de Irlanda…
Jordan tomó un pequeño lapicero del bolsillo del pecho y se dispuso a anotar con premura, en una parte en blanco del catálogo, los números de las paletas que había memorizado.
Cualquiera que le estuviera mirando habría pensado que simplemente estaba anotando algo acerca de varios artículos en venta a modo de recordatorio antes de que comenzara a olvidarlos.
Si bien requirió de toda su autodisciplina permanecer donde estaba, apoyado con aire desenfadado contra la pared, simuló ser aún más inofensivo uniéndose a la puja del libro de horas irlandés.

Horas después, cuando en la casa de subastas solo quedaba el personal de Christie’s para limpiar y poner en orden los asuntos, Jordan guardo los rollos y se marchó en un carruaje sin blasón con el fin de devolveros a la cripta de Dante House. Tres de sus hombres armados iban montados en la parte trasera y superior del vehículo por si acaso los prometeos trataban de hacerse con los rollos por la fuerza.
Sin embargo, no se presentó ningún contratiempo. Las sabandijas habían regresado deprisa a sus piedras y a sus oscuros roncones tan pronto los pergaminos fueron retirados de la subasta. Lo más probable era que ya se hubieran dado cuenta de que habían caído en una trampa. Estarían escondiéndose, esperando temblorosos una mortífera visita de la Orden.
Ya se había puesto el sol, aunque no eran más que las seis en punto; Dante House ofrecía un aspecto en especial siniestro a la luz de la luna aquella noche de finales de invierno cuando su carruaje llegó.
Para el resto del mundo, aquella sombría y excéntrica mansión de estilo Tudor a orillas del Támesis era la sede del depravado Club Infierno, si bien eso era únicamente una fachada ideada para mantener al mundo a raya.
En realidad la tricentenaria Dante House era una fortaleza camuflada infranqueable, con una elaborada guarida subterránea donde la Orden podía llevar a cabo sus asuntos secretos a salvo de ojos indiscretos. El antiguo baluarte estaba plagado de pasajes ocultos, puertas falsas y misteriosos escondrijos. Construido justo sobre el Támesis, permitía el tránsito furtivo gracias al pequeño embarcadero escondido tras su segura compuerta al río.
Jordan recibió la bienvenida del grupo de poderosos perros guardianes cuando entró.
Virgil, su instructor y director de la Orden en Londres, apareció en el acto al escuchar su llegada. El viejo guerrero escocés tomó de sus manos el tesoro medieval del enemigo, saludándole de manera brusca.
-Confío en que todo haya ido como la seda.
-Sí, señor. Recabé una lista considerable de pistas. Hemos hecho un buen papel.
-¿Alguien que conozca?- preguntó Virgil con sequedad.
Jordan se encogió de hombros.
-Falkirk no, por desgracia.
-No, ya suponía que no asomaría  su cara en un foro tan público. Pero no tardará en recibir las noticias y entonces ya veremos. ¿Y Dresden Bloodwell?
Jordan meneó la cabeza.
-Ni rastro de él. No es ninguna sorpresa. Ese hombre es un asesino. Es demasiado astuto para caer en una trampa.
Virgil asintió.
-Da la sensación de que se ha escondido desde la noche en que Beauchamp y tú estuvisteis a punto de atraparle.
-Eso fue hace semanas- convino Jordan, asintiendo-. Todavía sigo sin explicarme cómo se nos escurrió de entre los dedos. O dónde ha estado desde entonces.
-A su debido tiempo- le aseguro Virgil-. Por cierto, entrégale tu lista de pistas a Beauchamp. El muchacho necesita ocupar su mente.
Jordan frunció el seño.
-¿Seguimos sin saber nada de su equipo?
Virgil sacudió la cabeza con aire sombrío.
-Yo guardaré esto en la cripta. Bien hecho, muchacho. Quiero tu informe completo por la mañana.
-¿Está Rotherstone aquí?- preguntó cuando Virgil dio media vuelta para llevar los pergaminos abajo.
-¿Quien? ¿Ese marido enfermo de amor?- El escocés soltó un bufido-. Desde luego que no. Está en casa adorando a la divina Daphne.
Los labios de  Jordan se movieron con nerviosismo. Cierto era que la vida se había tornado bastante extraña desde que sus mortíferos compañeros agentes se habían convertido en hombres casados. Max, el marqués de Rotherstone, estaba cautivado por su encantadora esposa y su nueva dicha doméstica.
En cuanto a Rohan, el duque de Warrington, había sido llamado recientemente al cuartel general de la Orden en Escocia, convocado por los ancianos para explicar cómo uno de sus mejores agentes podía haberse casado con una joven por cuyas venas corría sangre de los prometeos.
Jordan no envidiaba as su tosco amigo el interrogatorio, pero no cabía duda de que Rohan habría soportado gustoso cosas mucho peores por Kate.
-Me temo que vas a  tener que conformarte con él- agregó Virgil, señalando con la cabeza hacia el vestíbulo cuando Beauchamp entró.
-¿Conformarse?- replicó el agente de menor edad-. ¡Yo diría que ha salido ganado!
Sebastián, vizconde Beauchamp, heredero del conde Lockwood, era el líder, e enlace, de su equipo compuesto por tres hombres. Sus compañeros y él tenían tan solo unos veintiocho años, pero Jordan ya había visto al joven guerrero demostrar su valía.
La actitud despreocupada de Beau y toda su petulante picardía desaparecían ante el peligro. Era un luchador condenadamente bueno, muy frío y competente bajo fuego enemigo.
A Jordan le recordaba un poco a él mismo.
Pero incluso un granuja como Beau habría sido lo bastante como para no dejar que Mara se le escapara.
Retirándose un mechón de color oro viejo de los ojos, Beauchamp se detuvo cerca de Jordan, con los brazos en jarras y las piernas separadas.
-¿Has disfrutado de la subasta?
-Ha sido estimulante- respondió Jordan con una lánguida sonrisa de desdén-. ¿Qué has estado haciendo tú esta noche?
-Nada en absoluto. ¿Te apetece hacer una visita a La Zapatilla de Satén?
-¿No estuviste allí la noche pasada?
-¿Y qué? Te gustan las rubias, ¿verdad? Hay una chica nueva que tienes que…
-Caballeros- interrumpió Virgil, enarcando una greñuda ceja pelirroja-. Falconridge tiene que escribir un informe, y en cuanto a ti, muchacho, empezarás a trabajar con la lista de sospechosos que Jordan ha recabado en la subasta.
-¿Cómo? ¿Esta noche?- protesto Beau.
-¿Tienes algo mejor que hacer?- inquirió el escocés.
-Según parece, ya no- farfulló; luego le arrebató de las manos la lista de nombres a Jordan-. ¡Vale!
Virgil miró a Jordan con sardónica diversión.
-Eso debería mantenerle alejado de los problemas durante un tiempo, ¿eh?
Beau levantó la vista del papel con expresión pícara.
-No cuentes con ello.
Jordan meneó la cabeza, aunque en realidad los más veteranos habían acabado considerando a Beauchamp una especie de travieso hermano menor… siempre y cuando el granuja obedeciera la única orden que le habían dado y mantuviera las manos lejos de la señorita Carissa Portland, la mejor amiga de Daphne.
Max no tenía intención de consentir que uno de sus propios agentes jugara con la atractiva y joven acompañante de su esposa.
Carissa Portland era adorable; cabello rojo, vivaz, leal en extremo. La menuda pelirroja revoloteaba en Londres como una especie de obstinada y pequeña reina de las hadas. Incluso Jordan se había sentido tentado por su valerosa naturaleza y su mente aguda, pero no había tardado en darse cuenta de que era inútil. Su maldita obsesión con cierta morena conspiró, como de costumbre, para echar por tierra su deprimente vida amorosa. Carissa Portland no podía ser otra cosa que una hermana para él; aunque, claro, ella tampoco alentaba a Beau, sino que le fulminaba con la mirada cada vez que se veían.
Al menos su manifiesto desprecio parecía apartar la mente del joven agente de sus preocupaciones.
Jordan estaba muy inquieto por Beau. En realidad, todos lo estaban.
Pese a que en sus ojos verdes podía verse la misma chispa pícara de costumbre, Jordan sentía la tensión que exudaba el hombre mientras la espera por sus compañeros de equipo desaparecidos se dilataba.
Nadie había tenido noticias del equipo de Beau desde hacía meses. Les habían asignado una misión en el valle del Loria y deberían haber regresado hacía semanas. Beau estaba  intentando disimular que se encontraba muerto de preocupación. De ahí sus recientes visitas a La Zapatilla de Satén, aquel espantoso y sórdido burdel que era la última moda entre los elegantes caballeros de las clases altas.
Jordan le había acompañado en una o dos ocasiones con el único propósito de prestar al joven agente un poco de apoyo moral. Podía comprender la necesidad del hombre de desahogarse.
Como era natural, la llegada de Beau a aquel lugar casi había provocado un disturbio entre las chicas.
-Avísame hasta dónde quieres que ahonde sobre estos bastardos- murmuró Beau mientras examinaba la lista.
-Lo habitual; quién, qué, donde. Debería bastar con eso hasta que podamos centrarnos en los sujetos más probables- respondió Jordan-. Estoy seguro de que algunos de estos nombres son alias, pero al menos tendrás un punto de partida.
-Que suerte la mía.- Beau se guardó la lista en el bolsillo del chaleco-.Bien, y ya que la subasta ha concluido, ¿ahora qué?
-Ahora a esperar- respondió Virgil con gravedad.
Jordan hizo un gesto a Beau con la cabeza.
-Esperamos que James Falkirk contacto pronto con nosotros. Después del anuncio del subastador, sabrá que puede hacerlo a través de las oficinas de Chritie’s. Entonces, con algo de suerte, Virgil podrá proponer un intercambio: los pergaminos del Alquimista a cambio de Drake.
-O lo que quede de él- farfulló Beau con voz sombría.
-No te preocupes por Drake- gruño el escocés, a pesar de que no logró disimular el dolor que le provocaba la idea de que uno de sus chicos hubiera sido capturado y torturado sin cesar como un perro durante meses hasta que apenas era capaz de recordar su propio nombre-. Lord Westwood es uno de los hombres más astutos y duros que jamás haya reclutado esta organización. Di logra seguir con vida y mantener la boca cerrada un poco más, le recuperaremos.
-Sí, señor- respondió Jordan a su instructor, reflejando seguridad en su tono serio.
Pero la situación era sin duda grave. Los últimos indicios apuntaban a que Drake había sido torturado de un modo tan atroz por sus captores  que los prometeos habían dañado su mente, en especial su memoria, y que podrían haber conducido a la locura al pobre hombre.
Si no resultara de por sí preocupante un demente en posesión de las mortíferas habilidades de Drake como agente, ahora tenían motivos para temer que Falkirk pudiera haberle hecho cambiar de bando.
De acuerdo con sus fuentes, el primer lugar donde mantuvieron prisionera a Drake había sido una mazmorra de los Prometeo en los Alpes, pero le habían trasladado. Por lo que sabían, en la actualidad era el viejo y más caballeroso Falkirk quien estaba a cargo de él y aquello les daba esperanzas de que al menos el trato hacia Drake se hubiera vuelto más humano. Pero incluso la bondad podía servir como arma en manos de un maestro de los prometeos.
Si Falkirk había intervenido desempeñando el papel de salvador, podía manipular a Drake para que revelase los secretos del Orden con mayor eficacia de la que jamás habrían logrado los torturadores mediante el uso del dolor.
Hacía solo un mes, Rohan había visto a Drake con sus propios ojos y había confirmado que su hermano guerrero estaba enajenado hasta tal punto que había protegido a Falkirk con su propio cuerpo cuando Rohan tenía un blanco claro sobre el anciano.
Pese a todo, la memoria dañada de Drake podía ser una bendición. Si los torturadores  prometeos no le hubieran hecho perder el juicio, era muy probable que los hubieran hecho perder el juicio, era muy probable que los hubiera delatado a todos.
Tenían que recuperarle sin demora. Si Falkirk deseaba los rollos del Alquimista a cambio de Drake, la Orden estaba dispuesta a pagar ese precio.
-Buenas noches, muchachos- mascullo Virgil-. Teniendo en cuenta que esto nos servirá para comprar la vida de Drake, será mejor que los guarde en la cripta, donde estarán seguros.
-Sí, señor.
-Buenas noches, Virgil.
Una vez que el viejo escocés se marchó con paso enérgico del vestíbulo, Beau y Jordan también se separaron. Jordan estaba muy cansado después de llevar dos días en vela con los preparativos para la misión.
Poco después atravesaba las oscuras calles en su faetón de regreso a casa mientras reflexionaba acerca de los acontecimientos del día.
La experiencia le había enseñado que toda misión tenía un factor imprevisible: aquello que nadie podía planear por muy meticuloso que se fuera. Por eso tenía que estar preparado para cualquier eventualidad. Y había pensado que nadie lo estaba. Pero encontrarse cara a cara con su antiguo amor había hecho que el mundo temblara bajo sus pies. Había logrado apartarla de su mente con el fin de concluir su trabajo, pero ahora…
No sabía cómo había llegado hasta allí; pero se encontró en Great Cumberland Street, dando un agitado rodeo en el trayecto de vuelta a su casa.
Pasando por la casa de Mara.
Redujo la velocidad del carruaje hasta detenerse frente a la elegante casa adosada donde vivía, situada en una calle con forma de media luna, aun cuando se dijo que aquello era una mala idea. <<¿Qué demonios haces aquí?>>
Pensó en estacionar en la calle y subir la escalera hasta la puerta principal, llamar y entrar para verla. Para olerla, tocarla…
<>
Ni siquiera debería estar allí; achacó su estúpido error de juicio al agotamiento. Pero se quedó mirando en la oscuridad, esperando captar una breve vislumbre de ella a través de las ventanas iluminadas de su hogar urbano al final de la calle, con farolillo encendido sobre la puerta y tres ventanales, en los que tres maceteros de flores aguardaban la primavera para florecer.
De pronto la vio pasar por las ventanas del piso superior, riendo. Jordan frunció el ceño y se echó hacia delante. ¿La sala de música? Podía distinguir la silueta de una pianoforte.
Mientras observaba preso de la curiosidad, la vio coger a su hijito y levantarlo en brazos como a una muñeca. En el silencio de la oscura calle, solo puedo descifrar las alegres palabras que le dijo a su pequeño, pues su voz sonaba amortiguada por la ventana cerrada.
-¡Te tengo!
El niño soltó un gritito de contento mientras ella le levantaba en el aire con absoluta adoración y orgullo.
Notó que se le formaba un nudo en la garganta. Jordan apartó la vista antes de que ella desapareciera con el niño en la cadera. Cuando miró de nuevo, Mara ya no estaba; en cuanto a él, pudo sentir que la oscuridad se cernía a su alrededor. Durante un segundo apenas fue capaz de pensar. La desesperación que se abatío sobre él era mucho más siniestra que aquella noche de invierno. Inspiró profundamente para serenarse.
Luego exhaló de nuevo; el aire se convirtió en una nube de vaho.
Al menos parecía que ella había encontrada un modo de ser feliz. Eso era lo único que importaba. Él también estaba feliz, se recordó. Bueno, tal vez <> era un término más adecuado para describirlo. No tan irritadamente molesto.
<<¿A quién diablos quieres engañar?>>
-Debería haberme ido al burdel con Beauchamp- se dijo en voz alta.
Los caballos agitaron las orejas ante el sonido de su voz, pero tan solo hablaba consigo mismo.
Después de encogerse de hombros para librarse de la sensación de vacío, azuzó suavemente con las riendas a los caballos, instándoles a ponerse en marcha. Pero el eco de la risa de Mara y su hijo le siguió hasta su casa, una majestuosa mansión en Grosvenor Square, un pórtico de columnas: formal, espaciosa, con todas las comodidades posibles… y tan silenciosa como una tumba.
Exhaló un suspiro al entrar, que reverberó en el vestíbulo de mármol; le entregó el sombrero y el abrigo al mayordomo y subió con paso cansado la escalera curvada hasta el amplio y oscuro dormitorio principal.
Se tomó una copa de coñac mientras se desvestía para meterse en la cama. Pero en cuando su cabeza tocó la almohada y cerró los ojos, presa del agotamiento, volvió de nuevo a aquella maldita casa de campo…
Los agentes de la Orden viajaban ligeros y, normalmente, solos, pero los condes jóvenes de vacaciones lo hacían con un séquito de criados que cargaban con su equipaje por norma general. A su llegada a la mansión campestre de sus anfitriones, Jordan dejó que su ayuda de cámara y sus criados llevasen sus baúles hasta el ala de la casa que le habían indicado y de ahí a la habitación de invitados que le había sido asignada.
Mientras sus criados deshacían el equipaje, Jordan había abandonado la habitación y se dispuso a buscar la sala del desayuno, donde a los invitados se les había pedido que se reunieran, según lo creyeran oportuno, para tomar un refrigerio por la tarde, hacer las presentaciones y enterarse de los entretenimientos previstos para los próximos días.
Mientras recorría el pasillo recubierto de paneles de madera y cuadros en dirección a al parte principal de la casa, cavilando de antemano acerca de a qué embajador británico podría ser asignado cuando en breve le enviaran al extranjero, escuchó un detestable alboroto procedente de una habitación cercana.
Jordan se detuvo, enarco una ceja y se volvió para contemplar la puerta. Pudo escuchar la voz furiosa de una mujer, a duras penas amortiguada por las paredes, reprendiendo a una pobre y desdichada alma que se encontraba dentro del cuarto con ella. Sabía que no debería escuchar a escondidas, peor, a fin de cuentas, era un espía.
Movido por la curiosidad, ladeó la cabeza y escuchó.
-¡Niña estúpida, eres una verdadera inútil! ¿De qué te sirve este vestido si no has traído los guantes?
Jordan frunció el ceño. La gente educada no debería maltratar a sus criados con semejantes diatribas.
-¡Dios mío, Mara, eres mi cruz! ¿Por qué no puedes hacer nada bien? Sabía que traerte aquí sería un desastre. Te habría dejado en casa si no fueras tan bondadosa… y ¿así me lo agradeces?
-Pero, mamá, los guantes combinarán…
-¡No te atrevas a responderme!
¡Zas!
Jordan se quedó boquiabierto.
-¡Eso es por tu insolencia, pequeña descarada! No vuelvas a contradecirme o nos marchamos a casa.
Jordan clavó los ojos en la puerta, atónito. Una cosa era un enemigo armado, pero ¿atacar a la propia familia?
-Lo siento muchísimo, mamá.
Frunció el ceño. ¿Qué era lo que sentía? ¿Haber traído un par de guantes equivocados?
-Por favor, de-deja que nos quedemos, mamá. No te causaré ningún problema.
-Huuumm.- Un altivo resoplido fue todo lo que al chica obtuvo a cambio de su humillación.
-Asegúrate de no hacerlo. He venido a visitar a mis amigos. Si vuelves a ser grosera conmigo, te envío a casa para que le des explicaciones a tu padre.
-No, señora, por favor. Lo siento, madre.
Jordan fulminó la puerta con la mirada. Aquello era inadmisible.
Era completamente inadmisible.
Mientras ardía por dentro de cólera con toda justificación, lo primero que pensó era cómo abordaría Rohan la situación. Tiraría la puerta de una patada y agarraría a aquella mujer por el cuello.
Pero se suponía que él era un hombre civilizado.
<> Ocultó su furia ante la injusticia que estaba teniendo lugar al otro lado de la puerta y adoptó una expresión despreocupada. Entonces, cuando se disponía a asir el pomo de la puerta con la mano, escuchó que la mujer hacía un juramento:
-Créeme, haré cuanto esté en mi poder para encontrarte un marido mientras estemos aquí. Bien sabe Dios que estoy deseando librarme de ti.
Jordan abrió la puerta con una alegre sonrisa, fingiendo al instante quedarse sorprendido.
-¡Oh! ¡Oh, vaya… lo siento mucho… creí que esta era mi habitación! ¡Perdonenme, señoras! Cielo, qué embarazoso. He debido de equivocarme.
Ante él se encontraba una dama delgada, de aspecto muy refinado, que le miró con los ojos entrecerrados.
-Sí, señor, este es nuestro cuarto.
-Ah, de acuerdo. Acepten mis disculpas. ¿Por casualidad no… esto… no conocerán el camino hacia la sala del desayuno?
La mujer cruzó los brazos a la altura del pecho, suspirando con aire irritado.
-Siga el pasillo, gire a la izquierda y baje las escaleras.
-A la izquierda… hum… ¿en qué pasillo?
<>, pareció responderle la mujer con la mirada al tiempo que ladeaba la cabeza.
-Justo al salir de este cuarto.
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-Disculpe mis malos modales- dijo de pronto, haciendo caso omiso de su evidente exasperación-. Ya que todos somos invitados aquí, debería presentarme yo mismo.- Esbozó su mejor sonrisa-. Soy el conde de Falconridge.
-¡Oh! ¡Vaya!- la expresión de la dama cambió por completo.
Jordan había esperado que así fuera.
-¿De veras? Me atrevo a decir que he oído hablar de usted, lord Falconridge.
Con una renta de veinte mil libras al año, no le cabía la menor duda de que así fuese. Era deber de toda madre intrigante conocer a los mejores partidos de la alta sociedad.
-Soy lady Bryce. Mi esposo es el baronet sir Dunstan Bryce y esta es nuestra hija, Mara.
-Señorita Bryce.- Jordan hizo una reverencia de manera cortés y comedida a al joven morena y delgada que estaba sentada en la otomana con la cabeza gacha.
-¡Mara, muéstrale un poco de educación al conde!- espetó la madre.
Solo entonces, por primera vez, la chica levantó de manera pausada la mirada hacia la de él; sus ojos oscuros estaban colmados de desdichada inocencia bajo el marco negro de sus pestañas. Aquellos conmovedores ojos eran de un castaño tan oscuro que parecían casi negros, igual que su reluciente cabello, pese a que tenía la piel pálida… una mejilla más rosada que la otra a causa del bofetón que le había propinado su madre.
Jordan la miró y algo en su interior sufrió una dulce estocada mortal.
-Encantada de conocerle- susurró con un hilillo de voz.
Durante un segundo, Jordan fue incapaz de hablar.
Tenía que sacarla de allí. De repente se sintió obsesionado por rescatarla.
-¡Ejem! Tal vez la señorita Bryce tendría la bondad de mostrarme donde está… esto… la legendaria sala de desayuno. Tengo entendido que es allí donde hemos de reunirnos todos.
-¡Por supuesto!- lady  Bryce le brindó una sonrisa radiante, como si le creyera la criatura más inteligente del mundo-. Mara, ¿por qué no acompañas a su señoría hasta la sala del desayuno, querida?
-Sí, madre.- Se puso en pie y se encaminó hacia la puerta, manteniendo la cabeza gacha-. Por aquí, señor.
Jordan se hizo a un lado de manera galante para que la señorita Bryce le precediera. Cuando lo hizo, salió del cuarto, colocándose entre la joven y la arpía de sonrisa boba. Luego le cerró la puerta en las narices a la madre.
Mientras recorrían el pasillo, la señorita Bryce apenas respondió a sus amistosos intentos de entablar una conversación.
-¿De dónde es? ¿Ha tenido oportunidad de conocer a los demás? Bonita casa, ¿no le parece? Bonitos jardines, también. Estoy seguro de que disfrutaremos de una muy agradable estancia.
Ella se detuvo en lo alto de la escalera y se volvió hacia él de repente; antes de seguir adelante, clavó los ojos en le conde.
-Lo ha escuchado todo, ¿verdad?
Aquella pregunta tan directa le pilló desprevenido.
-Eh… ¿cómo dice?
La joven frunció el ceño con impaciencia. Jordan titubeó, tratando de salvaguardar su orgullo, pero al parecer ella prefería la verdad. Entonces se encogió de hombros y decidió no mentir.
-Escuché lo suficiente para saber que no se merecía usted eso. ¿se encuentra bien?
Mara se puso tensa y apartó la mirada.
-Estoy acostumbrada. No se ha perdido, ¿verdad?
Él negó con la cabeza, esbozando una sonrisa contrita.
Mara volvió la vista de nuevo hacia él, mirándole a los ojos con cierta melancolía.
-Le doy las gracias por lo que ha hecho.
-No hay de qué.- Entonces meneó la cabeza, descompuesto aún por la barbarie de lady Helen-. ¿Por qué la trata de ese modo?
Ella se encogió de hombros.
-Siempre lo ha hecho. En realidad, no necesita una razón.
Jordan la miró fijamente.
-Lo siento mucho.
-No pasa nada. Espero no tener que sufrirlo durante mucho más tiempo- murmuró cuando se volvió hacia las escaleras y continuó hacia la sala del desayuno.
Jordan la siguió, observándola fascinado. Su anterior aspecto de derrota había sido reemplazado por un aire de resolución que iba en aumento cuanto más se alejaban de la madre.
-¿Qué quiere decir con eso?
-¿Hum? Oh, nada.- Le dirigió una inconmovible sonrisita arrogante nada provista de su edad.
Había visto esa clase de sonrisa con anterioridad. A Virgil. Era la sonrisa sombría y templada de un superviviente.
La señorita Bryce volvió la vista al frente cuando bajaron al vestíbulo.
-¿Querría hacer algo por mí?
-Lo que desee.- Aquello escapó de sus labios con mayor fervor del que había sido su intención.
La joven se detuvo y se giró hacia él una vez más.
-No le hable a nadie sobre esto.
Jordan la miró a los ojos, percatándose de que aquella joven belleza tenía una intensidad que jamás se había encontrado en otra chica.
-Desde luego que no- susurró-. Descuide, su secreto está a salvo conmigo. Tiene mi palabra de honor.
La agradecida sonrisa de alivio que se dibujo en su rostro podría haber sustentado a cualquier hombre durante toda una guerra.
-Gracias.- Luego aquellas exuberantes y seductoras pestañas descendieron, y ella se volvió con elegancia hacia el corredor-. Hemos llegado a la sala del desayuno, milord.
Jordan no podía apartar los ojos de ella mientras la acompañaba al interior de la estancia. Había desaparecido todo rastro del dolor y la humillación que había sufrido arriba cuando entró en la sala, donde de inmediato fue saludada… no, recibida de manera calurosa por una multitud de jóvenes caballeros a los que había sido presentada.
No había en ella el menor signo de la frágil vulnerabilidad que Jordan había presenciado en el piso de arriba.
La señorita Bryce se había transformado en la viva imagen de la simpatía femenina, risueña y coqueta. Y mientras las demás muchachas de la habitación la fulminaban con la mirada, todo soltero disponible parecía tan encandilado como él… incluyendo al alto vulgar y muy imbécil vizconde Pierson.
Jordan se sentía en extremo fascinado, pero no estaba del todo seguro de que le agradara lo que veía. Comprendió lo que significaba su críptico comentario cuando le dijo que no tendría que seguir sufriendo las diatribas de su madre durante mucho más tiempo.
Aquella chica tenía una misión. Y no podía culparla. Como si pudiera notar que la observaba, la señorita Bryce dirigió la vista más allá de la multitud de admiradores y clavó los ojos en los de Jordan.
Él la miró enarcando una ceja, a lo que ella respondió encogiéndose levemente de hombros, con una sonrisa en los labios.
Jordan resopló para sus adentros. Luego se obligo a darse la vuelta y enseguida le presentaron a otras jóvenes damas, pero por mucho que se esforzara en prestarles atención, Mara Bryce ya la había reclamado toda de forma misteriosa.
En efecto, a medida que transcurrían los días, estuvo pendiente de ella de un modo discreto en todo momento, aguzando el oído para captar el sonido de su voz, por si acaso necesitaba que volviera a rescatarla….

Descargar: Capítulo 2

Gone (Ingles)

Gone
1. Gone

From the co-creator of the bestselling "Animorphs" comes a gripping new series in which everyone disappears in an flash on their 15th birthday. It's a terrifying new world, and time is running out.



Gone

Gone
1. Gone

En un abrir y cerrar de ojos, todos desaparecen. Se van.
Excepto por los jóvenes. Adolescentes. Escolares. Niños pequeños. Pero ningún adulto. Ni profesores, ni policías, ni médicos, ni padres. Así como, de repente, no hay teléfonos ni Internet, ni televisión. No hay forma de conseguir ayuda. Ningún modo de entender que ha pasado.
El hambre amenaza, los bravucones gobiernan. Una criatura siniestra está al asecho. Los animales están cambiando. Y los adolescentes mismos están cambiando, desarrollando nuevos talentos -poderes inimaginables, poderosos, mortales- que se hacen más poderosos con cada día que transcurre.
Este nuevo mundo es aterrador. Los bandos se están siendo escogidos, la lucha está tomando forma. Los pueblerinos contra los niños ricos. Matones contra débiles. El tiempo se agota: en tu cumpleaños desaparecerás como todos los demás...



Eclipse (Ingles)

The Twilight Saga
3. Eclipse

Readers captivated by Twilight and New Moon will eagerly devour the paperback edition Eclipse, the third book in Stephenie Meyer's riveting vampire love saga. As Seattle is ravaged by a string of mysterious killings and a malicious vampire continues her quest for revenge, Bella once again finds herself surrounded by danger. In the midst of it all, she is forced to choose between her love for Edward and her friendship with Jacob --- knowing that her decision has the potential to ignite the ageless struggle between vampire and werewolf. With her graduation quickly approaching, Bella has one more decision to make: life or death. But which is which?